Los sectores conservadores -Sociedad Rural, Federación Agraria, grupos económicos y las grandes corporaciones-, se hicieron del poder durante el golpe de estado económico de 1989. Tenían un claro y concreto objetivos.
El principal era, ni más ni menos, que completar y/o ampliar el modelo económico iniciado por la dictadura en 1976. Lo que un gobierno militar no logró con botas, un gobierno democrático lo concretó con votos, algunos pensadores sostienen que las dictaduras en Argentina tuvieron el propósito de propiciar las condiciones para que luego la dirigencia corrupta ejecute el capitalismo salvaje en todo el territorio Nacional.
Concentrar el ingreso mediante el desmantelamiento del estado era el paso número uno, mecanismo fundamental para perpetuar la estructura social del subdesarrollo. Luego, la clase dirigente de los 90 culminó el resto de los planes: apertura económica, desregulación financiera, destrucción de la industria nacional, precarización laboral y endeudamiento externo.
Y toda una generación embrutecida y más preocupada en el consumo que en lo que ocurre a su alrededor, garantía para anular la capacidad crítica de la población y perpetuar así la supuesta justicia que opera en detrimento de los sectores más sensibles.
La criminalización de la pobreza y de los pueblos originarios, fue otro de los grandes logros que se concretó en esta época a través de las políticas de tolerancia 0, que se aplicaron a nivel planetario en la década de los noventa y que en argentina fue llevada adelante en provincia de Buenos Aires por el gobernador Carlos Federico Ruckauf, cuya biografía política fue retratada con toda precisión por Hernán López Echague en su libro, “El hombre que ríe”.
La tolerancia cero otorgaba a las fuerzas del orden carta blanca para perseguir y reprimir agresivamente a la pequeña delincuencia y expulsar a los mendigos y los sin techo a los barrios desheredados. La criminalización de la adolescencia y la sedimentación de estos temas en las empresas periodísticas siempre fieles al interés monetario, contribuyeron a instalar en la sociedad un argumento que justifica la represión, la violencia y las muertes bajo situaciones confusas que nadie investiga o que pocos quieren indagar, y que se dan en las capas más sensibles de la sociedad.
¿Dónde está la “tolerancia cero” de los delitos administrativos que se dan en las más altas esferas del Estado, el fraude comercial, la institucionalización de la coimas en el espectro gubernamental, la contaminación ilegal de las grandes corporaciones que operan en nuestra región y el saqueo de nuestros recursos naturales no renovables bajo el consentimiento del estado, dónde está la tolerancia 0 contra las infracciones y el derrumbe de la salud, la educación y la seguridad pública. Y por supuesto, contra la corrupción privada y pública, quien no abra escuchado de las grandes cometas que se realizan con las obras públicas. En fin, dónde está el estado y cuál es la razón de su existencia?.
El menemismo y toda la cúpula de funcionarios de distintos tintes políticos que ocuparon espacios de poder en aquella época y que aún continúan operando en la estructura política de nuestro país, han causado un daño irreparable en el tejido social de nuestra sociedad que costará décadas en ser corregido, más allá de la “recuperación” de la economía en algunos momentos. Lo cierto es que las crisis son políticas y no económicas, y tienen la clara intención de doblegar y someter a los pueblos a través de la precarización laboral, la desocupación y el aumento de la pobreza.
Según el historiador y ensayista Perry Anderson, la desregulación financiera es un elemento de suma importancia para generar condiciones propicias a las inversiones especulativas. Contexto necesario e ideal para la privatización, o transferencia de recursos económicos en manos de algunos grupos, que buscan perpetuar su poder en el manejo de los recursos públicos.
Los sectores dominantes, han mantenido incólume su poder, y hasta lo han ampliado impunemente, dentro de los marcos formales de la “democracia”. El crecimiento de la pobreza, el hambre y la desigualdad siguen siendo asimiladas como parte “natural” del paisaje que gira a nuestro alrededor, en un país que paradójicamente produce alimentos.
Las crisis en Argentina no tuvieron el mismo efecto que en otros países donde los sectores hegemónicos retrocedieron casilleros en el manejo del Estado. En nuestro caso, las crisis sirvieron para reacomodar y beneficiar a grupos tradicionales de poder.
El economista Aldo Ferrer sostuvo, "el modelo neoliberal ha fracasado en todo el mundo, y aunque los modelos nacionales y populares afrontan serios problemas en un mundo de libre mercado, son los únicos que dan respuestas reales en un marco global".
El pavoroso éxito de las políticas de los noventa nos acompañará por mucho tiempo. Cambiar los hábitos que se establecieron durante años de instaurar en nuestra sociedad el realismo mágico de un país estable y dolarizado, continúa siendo el espejismo que aún permanece en la memoria de muchos argentinos.
Comenzar a destronar a la languidecida y viciada clase política que se aferra a los espacios de poder, desde donde han extendido sus valores hacia el resto de la pirámide social, será el reto de las nuevas generaciones.
Biografía:
Loïc Wacquant, “Las Cárceles de la Miseria”.



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